Llegó a su casa, caminó hacia el
salón que parecía una jungla, pero no por lo desordenado si no por
lo frondoso. Había humedad, sonidos salvajes, vida minúscula. Abrió
la pequeña caja que portaba en sus manos. De ella surgió un
diminuto camaleón. Lo tomó con delicadeza y lo depositó en una
rama. El animal se quedó estático unos segundos luego comenzó a
trepar. Otros semejantes lo observaban desde distintos puntos de la
sala. El hombre sonrió.
Entró en la cocina, convertida en un
lugar tan desértico como caluroso. Una docena de camaleones
reposaban sobre troncos y rocas. Los fogones funcionaban a mil por
hora, ofreciendo a sus habitantes un clima excepcional. El hombre
abrió el armario, sacando de él una caja llena de criaturas que se
movían sin cesar. Eran grillos y saltamontes los suficientes como
para alimentar a aquellos a los que más amaba.
©Richard
Anthony Archer 2012
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