miércoles, 13 de noviembre de 2013

La Casa Oblicua IV: Una Noche

Escuché ruido afuera. Me levanté de la cama y me asomé por la ventana. El paisaje había cambiado.Donde antes había casas ahora había bosques y colinas. Estas eran verdes, redondeadas. Los tallos de hierba brillaban en la penumbra por el reflejo que ejercía la luna sobre la escarcha. Pequeños cúmulos de niebla formaban extraños lagos que se movían lentos como sonámbulos sin rumbo. Había mucho jolgorio abajo, al pie de la casa. Pude ver a un grupo de hombres, montados a caballo que parecían prepararse para ir de cacería. También había gente de pie, vestidos de forma menos elegante que parecían vitorearlos entre gritos y aplausos. Una jauría de perros aullaba con ellos sobreexcitada, algunos de los canes olisqueaban el suelo o tratando de llamar la atención de sus amos que reposaban sus nalgas elegantemente sobre la silla de montar. Yo no salía de mi asombro y por un momento pensé que estaba soñando. Sólo el intenso frío que sentía bajo mis pies descalzos me hizo percatarme que en realidad me encontraba despierto.  
─¿Te gustan las fresas? ─Escuché de repente justo a mi lado.
Me giré y pude verlo, sentado a pocos centímetros de mi, sobre el alfeizar de mi ventana se encontraba un hombre, extremadamente delgado y de mediana edad, sus pies colgaban hacia el exterior; iba ataviado con una chaqueta larga, gris podría decirse sucia, sobre su cabeza se posaba un sombrero de ala ancha del mismo color que el abrigo. Me miraba con los ojos encendidos, y me sonreía, entre una ligera barba pelirroja, de una manera sardónica mostrando una doble hilera de dientes enegrecidos y desordenados. Había aparecido de repente como de la nada. Asustado cerré la ventana, corrí las cortinas y me metí en la cama, tapándome la cabeza con la colcha y así desperté a la mañana siguiente.  

©Richard Anthony Archer 2012

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